Capítulo 4 "Sonidos melodiosos"
Mientras tanto, nuestro panda empezaba a preocuparse. Se preguntaba: “¿Cómo lograré descifrar el lenguaje de los delfines? ¡No sé qué es un delfín, ni puedo imaginar su lenguaje! ¡Bah! ¡Sólo tengo que esperar!”
Se durmió con estos pensamientos.
Salpicaduras de agua salada y sonidos agudos le despertaron.
“¡Oye, tú! ¡Panda, despiértate! ¡Estoy aquí!” dijo la tortuga.
El panda abrió los ojos, saludó a su nueva amiga y le preguntó: “¿De dónde vienen estos sonidos tan melodiosos?”
“¡De él! ¡Del rey de los delfines!
Para comunicarse suele emitir estas señales acústicas que parecen un silbido. ¡Venga! Pregúntale dónde puedes encontrar Abilian.”
“¿Sí, pero cómo? ¡No entiendo nada!” dijo el panda. “¿Tú lo entiendes?”
“Me he dado cuenta”, explicó la tortuga, “que, cuando está enfadado con alguien, mueve la cola rápidamente; en cambio, cuando está feliz, emite unos sonidos semejantes al gorjeo. Podríamos interpretar estas dos señales suyas como un No y un Sí. ¡Vamos, intentémoslo! ¡A qué esperas, pregúntale algo!”
“¿Eres tú el magnífico señor de todos los mares y los océanos?” preguntó el panda con amabilidad.
El delfín no le respondió; parecía que no lo entendía.
“¿Eres tú, Majestad, el experto conocedor de los secretos de Abilian?” intentó otra vez el panda.
Pero el delfín seguía callado.
“En mi opinión tendrías que emplear un lenguaje más sencillo, amigo mío”, dijo la tortuga. “¡Tu manera de expresarte me parece algo complicada! Recurre a la mímica para explicar lo que dices; seguro que le facilitará la comprensión al delfín.”
“¡Sí! Tienes razón. No lo había pensado. Voy a intentarlo otra vez.”
“¿Eres tú el rey de los delfines?” preguntó el panda, repitiendo lentamente cada palabra y haciendo todo lo posible para utilizar la mímica.
El delfín se puso a gorjear.
“¡Hurra! ¡Quizás éste sea el lenguaje adecuado!” exclamó el panda feliz.
“¿Sabes dónde está Abilian?” preguntó el panda.
El delfín agitó su cola.
“¿No? ¿Pero cómo?” dijo el panda perplejo.
“¿Si no me equivoco, no me hablabas de pistas?” preguntó la tortuga.
“¡Cierto! Tienes razón”, dijo el panda. “¡Ahora, se lo voy a preguntar!”
“¿Sabes si existen pistas para llegar a Abilian?” preguntó el panda.
El delfín confirmó gorjeando.
“¡Tú eres un fenómeno, amigo! ¡Tal vez, tú has encontrado el camino!” dijo la tortuga.
“¿Tengo que buscarlo en el fondo del mar?” preguntó el panda preocupado, imitando las olas del mar con sus patas.
El delfín agitó su cola enérgicamente.
“Así no”, pensó el panda interiormente. “¡Ay! Gracias a Dios, sobre todo porque no sé nadar. ¿En tal caso, dónde podría estar?”
El panda se puso a reflexionar: “¿Acaso está en una concha? ¡No, no! No puede estar allí. ¿Tal vez en la barriga de un pez? ¡Mm! ¡No, no!... ¡Ah! Quizá, ya está…
¿Sobre un
escollo? Ahora se lo voy a preguntar”.
“¿La pista puede estar sobre un escollo?”
El delfín gorjeó.
“¡Sííí!” gritó el panda. “¡Estupendo!”
“¿Podrías llevarme allí?” preguntó el panda.
El delfín asintió.
“¿Tengo que seguirte?” el panda preguntó otra vez, imitando una caminata.
El delfín contestó a su manera habitual.
“Bien querido panda,” dijo la tortuga, “he terminado mi tarea. Tengo que continuar mi largo viaje y debemos saludarnos aquí.”
“Gracias por tu ayuda, querida amiga tortuga”, dijo el panda con los ojos llenos de gratitud. “Sin ti no habría encontrado nunca al rey de los delfines, ni habría podido comunicarme con él.”
La tortuga se sumergió en el mar y nuestro panda se puso en marcha, en busca de la siguiente pista.
Caminando por la playa, el panda vigilaba al delfín, que a menudo salía del agua para ayudarlo a orientarse. A veces, el panda tropezaba en la arena y se levantaba a dura penas, pero el delfín emitía sus sonidos melodiosos para animarlo a proseguir.
Además, le resultaba más difícil andar a causa de unas pequeñas conchas que se atascaban entre sus patas.
“¡Qué dolor! ¡Me gustaría muchísimo pararme para hacer un alto bambú!” pensaba el panda.
Pero, al ver que el delfín seguía nadando entre las olas del mar sin parar, se armó de valor y continuó. Al final, llegaron a un escollo que estaba en la desembocadura de un torrente.
“¿La pista está allí?” preguntó el panda.
El delfín asintió y le hizo señales para que se acercara al escollo donde estaba la pista.
“¡Por fin!” gritó el panda feliz.
“Muchas gracias, querido amigo delfín. Tú eres un animal muy amable, inteligente y sociable. Gracias a ti, he aprendido a comunicar en un modo diferente, con sonidos y
gestos alternativos. A veces, para hacer la mímica de lo que quería decirte, me he expuesto a sufrir un lumbago o torcerme una pata. Pero al final he logrado llegar aquí y además me lo he pasado bien.”
Había llegado el momento de despedirse. Los dos amigos se saludaron con cariño y el delfín, gorjeando feliz, nadó mar adentro deslizándose entre las olas.
“¡Bien! Ahora, pasemos a la pista”, se dijo el panda.
Miró el escollo con atención.
“¡Caramba! Es más alto de lo que pensaba. Ahora tengo que hacer un
alto bambú.”
Mientras picoteaba una hoja, pensaba para sus adentros: “¿Por dónde me conviene subir? Por el sur no, porque está el mar… ni por el este, porque el torrente desemboca allí… por el oeste tampoco, porque no hay por donde agarrarse al escollo. Sólo puedo subir por el norte…”
Después de su
alto bambú, nuestro panda empezó a escalar el escollo y en su cima encontró la pista.